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Cubrebocas: un antes y un después

(Objeto de arte vs consciencia social)

Hemos transitado por más de 2020 años sobre la tierra y lo hemos hecho siempre con la esperanza de un mundo mejor, hemos avanzado entre guerras absurdas y pandemias devastadoras, hemos estado al borde del colapso y hemos salido adelante; sin embargo, no hemos podido equilibrar la justicia para sentirnos orgullosos de que cada individuo viva con el bienestar y la dignidad que por humanidad y ley le corresponde.

 

En este universo saturado de noticias falsas y verídicas, copado de imágenes y panaceas que ofrecen cínicamente eternidad, sabiduría y belleza, hoy afrontamos de nuevo ese dilema de la inseguridad y la zozobra ante a una pandemia (aún sin dimensiones claras de sus consecuencias); resultado —se dice con insistencia— de un virus coronado1 (COVID-19) que desde una remota y olvidada aldea china (Wuhan) se esparció con increíble facilidad hacia todos los rincones del orbe.

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​Una viremia que nos mostró cuan desprotegidos e indiferentes estamos ante situaciones previstas tiempo atrás, a las que se les desestimó sus alcances y que devela nuestra insignificancia frente los embates de la naturaleza trastocada por nosotros mismo. Una pandemia que pone a la luz nuestra conducta depredadora y necia, que desnuda impotencia y debilidades, y descubre la inconcebible indolencia hacia todo aquello que aparentemente no nos incumbe.

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Pese a todo, aflora el lado generoso de lo humano, aparecen aquellos que dan todo para cambiar este desastre, y aun cuando la inmensa mayoría hemos hecho muy poco o nada para paliar esta calamidad, y la ignorancia, la soberbia y el poder se empeñan en ensombrecer la esperanza; el espíritu de la sobrevivencia nos mantiene alerta y preocupados, exhorta a responsabilizarnos de los actos y conmina a la vez, a tratar de cambiar el paradigma.

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​Sin convertir en apología las buenas intenciones, los propósitos de quienes se han dado a la tarea de organizar esta muestra: Respiro, luego existo, para responder desde el pretexto de lo creativo con una pieza —el cubreboca—, hoy ya emblemática por su globalización visual más que por su imponderable valor epidemiológico; resulta una idea central que hace posible potencializar sus cualidades y sobre todo adquirir consciencia de la relevancia de su uso.

 

El cubreboca, nada nuevo, un viejo artefacto que, a decir de William Summers (2012)2, su empleo se remonta a la edad media cuando fueron usados durante la plaga de la peste bubónica, elaborados como extrañas máscaras en forma de pico de pájaro que contenían en su interior hierbas aromáticas para proteger al portador del olor nauseabundo de los infectados y del producido por los miles de cadáveres dispersos en la ciudad; considerados, además, un recurso infalible para alejar influencias maléficas desconocidas y que, sin saberlo, suponemos, se protegían, en cierta forma, de las consecuencias del contagio.

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Y no será sino a partir del siglo XVIII, con la identificación de los microbios por el holandés Leeuwenhoek y el surgimiento, en la siguiente centuria, de las teorías de los gérmenes con las que Robert Koch explicaría los mecanismos trasmisibles de la infección, que las mascarillas harán su aparición en las salas quirúrgicas. Su uso público se verá durante la Gran Plaga de Manchuria en 1910, con una mortandad apocalíptica de casi el cien por ciento de los infectados (Lynteris, 2018)3.

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Wu Lien Teh, un doctor malasio y formado en Cambridge, viajó a Manchuria buscando convencer a sus colegas de que la peste además de transmitirse por la picadura de pulgas infectadas, se podía trasferir por el aire, una declaración innovadora y escandalosa que implicaba el uso de mascarillas para la prevención, y que será desestimada. Pese al enorme riesgo de contagio hubo una gran resistencia de ser usados por la población tradicionalista que se negaba aceptar las indicaciones derivadas de la ciencia médica y la negligencia por divulgar lo indispensable del uso de estas prendas por el gobierno chino, que, en ese entonces, se disputaba junto a japoneses y rusos el territorio de Manchuria.

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La muerte de su colega francés Gérald Mesny consecuencia de la infección adquirida pocos días después de visitar un hospital sin protección, cuya noticia fue difundida en la prensa junto con la fotografía de Edward Hulton 4 del personal sanitario portando vendas que cubrían toda la cabeza; la demanda de mascarillas, a decir por Lien Teh (2014) 5, explotó “Todo el mundo la llevaba en la calle, de diferentes formas”.

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​Una analogía imposible de soslayar con la pandemia que hoy flagela a esta humanidad desprevenida, algarera y porfiada, donde la apatía y la ignorancia han sido los grandes protagonistas del desenlace de este problema anunciado, que junto a gobiernos impróvidos, rebasados por (des)intereses político-económicos difíciles de negar, han convertido todo esto en un desastre.

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Sin embargo, también la ausencia de memoria parece ser aliada inevitable de estas crisis: la gripe española que asoló a los Estados Unidos durante 1918, la epidemia del SARS que azotó particularmente a Hong Kong en el 2002; la influenza H1N1 que fustigó a México en el 2009, la epidemia del ébola del 2014 originada en África Occidental y un listado largo y penoso de brotes epidémicos y pandemias, resistidas a través de la historia hasta nuestros días, parecen no haber sido suficiente para entender la importancia y el beneficio del uso de estos sencillos objetos preventivos.

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Respiro, luego existo, es un ejercicio creativo colectivo que bien puede servir de preludio del compromiso que se debe asumir para encontrar soluciones a desgracias de esta y cualquier otra naturaleza. Es una muestra que deja ver el potencial creativo que ante cualquier circunstancia estalla en un festín de formas e ideas, manifiesto en estas piezas de estilos y naturaleza diversa cuyo soporte singular es el cubreboca; un buen pretexto para revalorar esta prenda, y que en feliz concordancia, se puede asumir, que estas piezas recreadas reflejan asimismo la idiosincrasia compleja que nos singulariza.

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El título puntual de la muestra: Respiro, luego existo, que procede de la locución latina “cogito, ergo sum” un planteamiento filosófico de René Descartes (2009) 6 que se convertiría en el elemento cardinal del racionalismo occidental moderno y que será traducido usualmente como “pienso, luego existo” 7. Una aseveración de que el pensar, es una prueba irrefutable de la preexistencia del ser, y que en este ejercicio estético, al cambiar el concepto del hecho cognitivo (pensar) por el fisiológico (respirar), se reafirma también lo incuestionable de ese acto funcional que sostiene nuestra existencia.

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Sin embargo, desde las potencialidades del campo semántico pueden resignificarse múltiples posibilidades e incluso, desde esa coyuntura justificar cualquier perspicacia estética. Si respirar es fundamental para la vida y un virus la causa de su dificultad que puede llevar a la muerte; un cubreboca —que no es antiviral—, reduce considerablemente su contagio, y hace posible la permanencia de la vida; así que la expresión “respiro (uso el cubreboca), luego existo” resulta oportuna y esperanzadora.

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Piezas realizadas en condiciones específicas como es la reclusión voluntaria en el hogar consecuencia de la multireferida pandemia, elaboradas con pigmentos convencionales y enriquecidas con materiales varios (madera, metales, objetos diversos), regularmente reciclados de su propias moradas; compuestas con elementos figurativos (la mayoría) y abstractos; con temáticas representativas, intimistas, alegóricas, lúdicas, irónicas y críticas. Resulta un abanico de multireferencialidades que bien puede asumirse como una pertinente equivalencia de lo que somos.

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Ante la paradoja de un objeto que todavía a muchos cuesta entender el por qué y el para qué de la necesidad de ser utilizado, se establece el uso obligado y su imagen se viraliza (que ironía) y, aunque incorrectamente empleado (mal colocados, sucios, multiusados, etc.), se vuelve casi un culto usarlos. Una paradigmática realidad que determina la temporalidad de un antes y un después de su uso y que este proyecto vuelto excusa para el desenlace creativo se transformará asimismo en corpus para la memoria.

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Si bien Respiro, luego existo, es más que una justificación para evidenciar el ocio y sus derivaciones, no es una solución radical a la pandemia. Igualmente es difícil imaginar qué tanto este proyecto generoso contribuirá a concientizar la relevancia del uso de cubrebocas; sin embargo, no puede negarse el espíritu colaborativo que lo anima y ello le confiere, me parece, un valor inestimable y también testimonial pues señala hacia dónde y cómo, podemos transitar de la mano para enmendar lo que equivocadamente hemos hecho mal.

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Una responsabilidad necesaria, indiscutible que obliga también a dimensionar el papel que ha jugado el arte producido en la tradicionalidad, el caminar estrechamente con este capitalismo vertical (que ha sido, desde sus bases inmorales cegadas de poder y ambición, la consecuencia que propicia esta pandemia) fungiendo como insumo de mercado como fin primordial; cuando del espíritu que emana, ligado a lo emotivo, a quimeras y esperanzas tiene el potencial de asumir otros compromisos que puedan contribuir a ser mejor de lo que somos, creando lo que nuestro deber moral considere pertinente y no replicando lo que otros digan que tenemos que hacer para ser considerados exitosos. Tal vez “caminar con el diablo” como plantea Gerardo Mosquera 8 sea una ruta pertinente, en la medida de transformar la situación hegemónica y restrictiva en una pluralidad activa, en vez de ser digeridos por ella.

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Es creo, “el después”, (del uso del cubreboca) una buena oportunidad para responsabilizarnos aún más por nuestros actos, pero sobre todo para demostrar lo que somos creativamente en todas sus capacidades sin tener que ser la réplica eterna para merecer el derecho a desfilar en el circo mediático que lleva al estrellato.

 

El viejo adagio de “no hay mal que por bien no venga”, se debe aceptar como compromiso sin esperar que la gracia divina recompense; admitirlo como desafío para demostrar que nuestras fortalezas se construyen a pulso y que somos capaces de remontar cualquier calamidad desde la probidad, la empatía y la buena voluntad, es quizá la mejor alternativa.

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  Roberto Rosique

  Escritor, investigador , artista visual, editor

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1 Denominado así por las extensiones que lleva encima de su núcleo que se asemejan a la corona solar.

2 Summers, William (2012). The Great Manchurian Plague of 1910-1911: The Geopolitics of an Epidemic Disease. Yale University Press; Edición: 1

3 Lynteris, C. (ed.) y Evans, N. (ed.), Medicina y ciencias biomédicas en la historia moderna 2018, 1 ed. Cham, Suiza: Palgrave Macmillan, p. 245.

​4 Hulton Archive stock illustrations from Getty Images.

​5 Lien-Teh, W (2014). Plague Fighter. The Autobiography of a Modern Chinese Physician. Malaysia: Areca Reprints.

6 _Descartes, René (2009). Discurso del método, Madrid: ECU editorial.

​7 Una frase pertinente que vista desde la óptica de la posmodernidad en donde se supone que el Homo sentimentalis suple al Homo rationalis de la modernidad, el “Pienso, luego existo” es reemplazado por el “Siento, luego existo”.

8 _Mosquera, Gerardo (2010). Caminar con el diablo. Textos sobre arte, internacionalismo y cultura. Madrid: Exit Publicaciones

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